
No estaba Mourinho, ni tampoco era Liga. Este derbi era distinto ya desde las gradas, copadas como acostumbran en los choques importantes, pero con una algarabía, expectación e ilusión que se habían perdido en los últimos años de los Madrid - Atleti. El broche a lo especial lo puso Don Luis, mirando desde el cielo y homenajeado en la tierra con un respetuoso minuto de silencio.
Fue la única vez que el Bernabéu enmudeció. Ni siquiera el cabezazo de Arda Turán a los diez minutos -única ocasión que manchó los guantes de Casillas, acertado- incomodó a una afición que veía como los 9 antes el Madrid acosaba el área -que no la portería- atlética y, pocos después, Clos Gómez hacía la vista gorda ante las constantes marrullerías de Diego Costa y réplicas de la defensa madridista.